Marcela Santorum |
Lo único cierto es que si el miedo, a lo que sea, nos llega a dominar, éste hace aflorar pensamientos aterradores
Como un invasor silencioso, el miedo siempre encuentra espacios en la vida para anidar y nuestra cultura parece una madre cálida y protectora abocada a su desarrollo. El miedo nos convida con amenazas de enfermedad, dolor y adversidad frente al amor, los deseos y las libertades. Para el que quiere amar, el miedo ofrece dolor, resentimiento y frustración. Para el que quiere placeres, hay suficiente colesterol, sida y fallos cardiovasculares. Para el que desea romper las reglas del amor romántico, soledad y culpa. Si lo tuyo es gastar dinero, tendrás un futuro de calamidades; sino lo gastas, la economía se hundirá todavía más. Si trabajas, tendrás miedo al paro; si estás en el paro tendrás miedo a no volver a trabajar. Si cobras una pensión, temerás perderla. Los que piensan, tendrán dudas y angustia. Si dices lo que piensas, te convertirás en un despreciable anti-sistema y la más destructiva e indecente de sus amenazas: si eres auténtico, nadie te querrá.
El miedo es materia maleable, se adapta y moldea sus formas para obstaculizar las aspiraciones y la expresión individual, un tirano que no duerme. Hoy su poder es infinito, no porque sea una nueva conquista de los opresores. Todos los sistemas de dominación han sabido de su eficacia para controlar y dividir a las comunidades: ya lo decía Séneca “el que teme es un esclavo”. El tiempo ha sofisticado sus estrategias. Puede crecer insidiosamente sobre las consciencias cuando todavía somos niños, con apariencia de materia verdadera ofrecida por los medios de comunicación. Se despliega cuando la mente no ha tenido la oportunidad de expresar lo que hay de particular y sagrado en cada vida. Pero no es esta una aproximación extrema, así de condicionados estamos desde que nacemos y nos instalamos frente al televisor. Somos de lo que nos alimentamos, lo que habita nuestra mente determinará lo que vemos, cómo lo vemos y cómo reaccionamos. La mejor prueba está al explorar las creencias que sustentan nuestra filosofía vital. Un mínimo esfuerzo de indagación sobre los argumentos hace aflorar ideas arraigadas como leyes absolutas y sagradas pero que no resisten la más superficial confrontación porque no tienen ninguna garantía de veracidad. Y todo ello sobre temas que construyen nuestra vida como el amor, la maternidad, la seguridad, la bondad, la fe, Dios, el sexo, la femineidad, la masculinidad, la moral…
El miedo es uno de los estímulos emocionales más intensos e impresionantes que pueden ser utilizados como motivación. Su fuerza es implacable para generar conductas de todos los niveles, tanto orgánicas como psicológicas. Está arraigado en la naturaleza fundamental de lo existencial. Sobre esta disposición instintiva del miedo a la muerte se construyen todos los demás miedos en el ámbito de la familia, la sociedad y la cultura, fundamentados por ideas distorsionadas, secundarias e irreales pero construidas engañosamente sobre la protección de aspectos vitales. Hoy resulta más prioritario pagar la factura de un seguro de vida, de una alarma o de un servicio telefónico que compartir nuestro tiempo con un amigo. En una sociedad basada en el mercado, el miedo a perder la seguridad económica se postula como la mayor fuerza de dominación, es una poderosa arma de manipulación de consciencias y voluntades que dificulta nuestro desarrollo social y personal.
No tener dinero crea culpa, sentimientos de ineptidud, de ineficacia, de inutilidad y existe un aislamiento social que fomenta el desplazamiento de las responsabilidades del poder en estas catástrofes económicas hacia las falsas responsabilidades individuales. Lo único cierto es que si el miedo, a lo que sea, nos llega a dominar, éste hace aflorar pensamientos aterradores y una actitud contraria al cambio, a la búsqueda, a la movilidad, a la sorpresa, a la confianza, al diálogo, al trabajo en equipo, a la comunidad, a la tolerancia, a la bondad…todo lo que aporta el miedo en este sentido, es negativo. Sin embargo es la motivación que más presente está hoy en todos los mensajes, en los públicos y los privados, en los de naturaleza comercial y en los políticos, de colores o en blanco y negro. Frente a esto hay que recordar, con cada amanecer, que las cosas a las que tememos son invencibles pero no por su naturaleza, sino por la forma en la que las vemos o en la que nos las hacen ver.
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