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Hablando de Valladolid, percepciones de su fundación

Javier Burrieza Sánchez |

La primera obra que habla de Valladolid fue escrita por Juan Antolínez de Burgos, regidor de la ciudad, en el primer tercio del siglo XVII.
Hablando de Valladolid, percepciones de su fundación

La conmemoración del noveno centenario de la muerte del conde Pedro Ansúrez ha devuelto el interés ciudadano, social e historiográfico por los orígenes de Valladolid, por lo que podía llegar a denominarse fundación acto que, por otra parte, o no existió como tal o no conocemos, enmarcado más bien dentro de un proceso de poblamiento y, por tanto, posterior organización del territorio. En numerosas ocasiones se ha hablado, precisamente, del mencionado conde Ansúrez como fundador de la que será conocida después como “villa del Esgueva”, según la describió y estudió Adeline Rucquoi. En realidad, Ansúrez fue un repoblador, sobre todo un reorganizador, de un núcleo de población preexistente que carecía de la suficiente entidad, y todo ello en el tiempo de Alfonso VI, rey de Castilla y León, tras una traumática sucesión, conquistador además de la antigua capital de Toledo. Por mucho que se empeñasen los primeros historiadores de la ciudad, Valladolid no fue la Pincia romana, ni su continuadora; tampoco fue poblada por los árabes y por ese moro Ulit, como antes tampoco hemos podido encontrar un núcleo de población de la Hispania visigoda. De tal manera, Valladolid fue un núcleo, una villa, de esa corona de León y de Castilla, que se estaba organizando y repoblando en torno a la línea del Duero.

Sin embargo, las ciudades —sobre todo sus habitantes— tenían que buscar elementos en la historia para que sus orígenes estuviesen cargados de reputación con respecto a otras que poseían una fundación mucho más primitiva. Incluso, estas últimas —pensemos en la de Cádiz, de historia tan remota— añadían a su dilatada trayectoria de antigüedad, según la obra del carmelita fray Gerónimo de la Concepción que publicó en Amberes titulada el “Emporio del Orbe” en 1690, el haber sido hito en la ruta de los Reyes Magos hacia Belén. En esas coordenadas tan diversas se va a definir el llamado género corográfico, con cuyas obras empezamos a conocer la historia de las ciudades. Creo que es un primer aspecto que debemos desentrañar.

En el caso de Valladolid, la primera de estas obras, nacida en el primer tercio del siglo XVII, fue la escrita por el que fue regidor Juan Antolínez de Burgos. Para la segunda “Historia”, globalmente considerada, mucho más amplia, habrá que esperar a 1750 y ofrecida por Manuel Canesi. Ambas dos no serán impresas en ninguna de sus dos centurias y hasta 1851, la imprenta no publicó el primer tomo de una “Historia de Valladolid”, propia de Matías Sangrador, un hombre de la judicatura que escribió éste y un segundo tomo en 1854. Era la obra histórica que todo profesional liberal vallisoletano debía tener en su pequeña o más amplia biblioteca, como ocurría con la de España, en las páginas de Modesto Lafuente.

La obra de Juan Antolínez de Burgos


Antolínez de Burgos y Canesi escribieron desde las coordenadas de una historiografía sacralizada y providencialista, sin dejar de dar cobertura a ciertos sucesos extraordinarios, propios de las mentalidades de su tiempo. El proyecto historiográfico ilustrado fue de Rafael Floranes. Según explica Celso Almuiña, ya tenía muy avanzada su “Historia de Valladolid”, con numerosos apuntes tomados, cuando la muerte le impidió culminarla y publicitarla. Todavía faltaba un nombre en este rompecabezas de las percepciones históricas de la ciudad. Era el franciscano Antonio Daza que, escribiendo al tiempo que Antolínez de Burgos, una “Vida” del que habría de ser san Pedro Regalado —y ésta sí, publicada en 1627—, consideró que la grandeza de la ciudad en la que había nacido el santo a finales del siglo XIV, lo hacía todavía más importante ante Dios y los hombres. De esta manera, en la promoción de la santidad barroca era menester la nobleza de la familia —Pedro Regalado en realidad era un oculto descendiente de conversos desde el judaísmo— pero también la cuna geográfica en la que había nacido.

De esta manera, mientras que fray Antonio Daza y Juan Antolínez de Burgos glosaron sobre la antigüedad de Valladolid con la mencionada ciudad romana de Pincia, Floranes indicó que la ciudad del Pisuerga que había sido “fundada” por el mencionado conde Ansúrez entre Cabezón y Simancas, crecía en un “sitio donde jamás avía avido otro Pueblo y mucho menos la celebrada Pincia del tiempo de los Romanos”. Hoy sabemos que Pincia se encontraba en las cercanías de Peñafiel, en el lugar donde hoy se levanta Padilla de Duero.

A Antolínez de Burgos, cuando escribió de Valladolid —desde sus orígenes y hasta el reinado de sus contemporáneos Felipe III y el duque de Lerma— le movían otros impulsos —él tampoco había tenido una fácil ubicación en la sociedad por su peculiar situación familiar—. “La justa y natural afición a mi patria” y sus vinculaciones con la Ciudad como institución —hoy diríamos municipal— le inclinaron hacia los conocimientos históricos, entonces no profesionalizados: “movió mi afecto, para continuar esto con más estudio y cuidado”, pues mucha era la cortedad que había existido hasta entonces a la hora de abordarlos. Naturalmente, tanto a Daza como a Antolínez, les interesaba la antigüedad de la ciudad del Pisuerga, más todavía en los días cortesanos de los inicios del siglo XVII. El franciscano subrayaba que el origen de Valladolid había sido silenciado por las historias de los romanos y godos, aunque en sus calles y edificios se habían realizado descubrimientos de “piedras antiguas, monedas y sepulcros de los romanos”, como informaba Antolínez. Daza manejaba sobre la fundación las hipótesis que se van a convertir en clásicas, vinculándolas incluso con su propio nombre. Sin embargo, como recopiló y subrayó Miguel Ángel Martín Montes en su capítulo de la última síntesis histórica de la ciudad —la titulada “Una Historia de Valladolid” publicada por el Ayuntamiento en 2004—, y siguiendo al profesor César Hernández, en un documento del Archivo de Simancas, se indicaba que en la segunda mitad del siglo XI, el obispo Cixsela desde aquella localidad, donaba unas tierras, siendo testigo de este acto un mozárabe de nombre Holit. De ahí, que el propio nombre de la que habría de ser gran ciudad castellana, tendría de ser puesto en relación con el proceso repoblador iniciado a principios del siglo X y ya, definitivamente, durante la primera mitad del siglo XI, antes de que existiese la primera mención escrita hacia Valladolid.
 

(Continuará en el próximo número… Un Conde llamado don Pedro)

Vista aérea de Valladolid 1854

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