Alfonso Aguado Ruiz |
El origen de la dulzaina es incierto, se piensa que vino de centro Europa traída por los músicos que acompañaban a los embajadores de otras cortes.
La dulzaina es un instrumento aerófono de doble lengüeta. Tiene siete orificios más el de la octava (a veces dos más que se llaman oídos y que no modifican el sonido). Consta de 3 piezas: el tronco, un tubo cónico, normalmente de madera, constituye el elemento principal y el de mayor tamaño; el tudel, elemento metálico que tapa el orificio superior del tronco o ánima para la afinación y el soplo, y la caña o pipa que es en realidad el órgano sonoro del instrumento. Generalmente están afinadas en FA natural Mayor, aunque dependen del grado de humedad del tronco y la caña o pipa. Es el principal instrumento de nuestra música tradicional.
El origen de la dulzaina es incierto, se piensa que vino de centro Europa traída por los músicos que acompañaban a los embajadores de otras cortes. Otros piensan que es el dufai árabe y que proviene de África. Ya se menciona en las “Cantigas de Santa María” del rey Alfonso X el Sabio, en el Códice Princeps (Monasterio de El Escorial). Con diferentes nombres se toca en muchos países del mundo y en casi toda la Península Ibérica. En cualquier caso, su llegada a nuestro país se produce durante la Edad Media. Fue instrumento de corte (crónicas del condestable Miguel Lucas de Iranzo). Juan Bermudo, s. XVI, la menciona en su “Libro primero de la declaración de instrumentos musicales”. Era imprescindible en las fiestas cortesanas de Reyes, condes, príncipes, validos, condestables y ricos-hombres que tenían a gala disponer de dulzaineros para sus fiestas. Felipe II la incluye en su “Inventario Organográfico”. Cervantes cita a la dulzaina en el “Quijote” y también en “Los trabajos de Persiles y Segismunda”. La citan también en sus obras Juan del Encina, El Arcipreste de Hita y Mateo Alemán.
Valladolid tiene constancia documental (5 de marzo de 1602) reconociendo salarios para que toquen los músicos a los paseantes del Prado de la Magdalena y otros sitios todos los domingos y fiestas del verano. En 1660 Felipe IV visita Valladolid, ciudad donde nació, al monarca le apetece pasear por el Prado de la Magdalena y se le tenía preparado una armoniosa música en la, desde entonces, llamada “casa de las chirimías”. El vallisoletano Ángel Velasco, a fines del siglo XIX introdujo las llaves en la construcción de la dulzaina (entre 1 y 17), Modesto Herrera y Teodoro Perucha “Pichilín”, entre otros, revitalizaron popularmente la dulzaina entre la última década del siglo XIX y el primer tercio del Siglo XX y se usaba de forma predilecta para marcar bailes en las celebraciones festivas al compás de su inseparable caja o redoblante. Tuvo uso religioso para misas y procesiones y civil para recibimiento de autoridades. Tras la Guerra Civil la sustituyen el saxofón y el clarinete y queda casi de instrumento de museo.
Joaquín Diaz en los años sesenta pensaba en dar a la dulzaina cabida entre los instrumentos de concierto para darle un nuevo vigor. En 1978 D. Pedro Aizpurua, profesor de Conjunto Coral e Instrumental del Conservatorio de Valladolid, fallecido en 2019, grabó por primera vez un LP de “Música Religiosa Popular” interpretado por él al órgano y a la dulzaina por Joaquín González. En los noventa surgen los veranos musicales de Segovia y de 1996 a 1998 se programan conciertos de dulzaina. En 1999 bajo el título “La Música de Castillla y León” la OSCYL programa piezas para dulzaina como la obra “Arrebolada” del burgalés Alejandro Yagüe bajo la batuta de Max Bragado y con Rafael Cubillo Martín a la dulzaina. Más recientemente el cuarteto “Dúlsica” ha dado conciertos de “Música Medieval y Cortesana Española” y han grabado un CD, usando la dulzaina.
Actualmente hay escuelas de dulzaineros y redoblantes en Valladolid y en distintos pueblos de la provincia como Tordesillas, Campaspero, Laguna de Duero, Pedrajas de S. Esteban… y hay encuentros de dulzaineros en Tordehumos, Tordesillas, Viloria del Henar, Aldeamayor de S. Martín y La Pedraja de Portillo. Así pues, el instrumento sigue vivo y con ganas de mantenerse. La Diputación y los ayuntamientos apoyan a estos grupos y escuelas para que la tradición perdure en las generaciones futuras. Se siguen proliferando actuaciones y pasacalles en fiestas de pueblos y ciudades de nuestra provincia y esperemos que sea por mucho tiempo. En el resto de la Comunidad también.
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