Daniela De Amorín |
El patrimonio arqueológico de una ciudad es un valioso reflejo de la evolución y transformación que una población experimenta a lo largo de los años.
El patrimonio arqueológico de una ciudad es un valioso reflejo de la evolución y transformación que una población experimenta a lo largo de los años. Un ejemplo claro de expansión son las antiguas murallas de Valladolid que, a día de hoy, aún entrañan muchos misterios y datos inciertos. Aunque se suele hablar de la muralla vallisoleta, lo cierto es que tenemos que hablar de al menos tres fortificaciones construídas en distintos momentos históricos para delimitar el perímetro de la ciudad castellana. Estas tres murallas fueron probablemente edificadas sobre una primera cerca primitiva levantada entre el año 710 y el 836. En la actualidad solo conservamos pequeños tramos que nos ayudan a recordar la evolución que nuestra ciudad ha experimentado, como los restos convervados en torno al Monasterio de San Benito y la calle Angustias.
La primera muralla fue construída durante el siglo XII-XIII por orden del Conde Pedro Ansúrez. Con un perímetro de 2.200 pasos y realizada en piedra fue la más fortificada y tosca de las tres construídas, mientras que las posteriores (de los siglos XIV y XVII-XVIII respectivamente) sería más adecuado calificarlas de tapias o cercas, puesto que se iban ampliando y reconstruyendo parcialmente con materiales sencillos y baratos como el adobe. Su función, más que defensiva, era impedir que en la villa entraran mercancías sin pasar por el peaje fiscal instalado en las puertas de acceso, así como proteger el paso de personas enfermas que pudieran contagiar al resto de la población.
La cerca primitiva abarcaba lo que por aquel entonces era el núcleo original de la ciudad, situado entre las plazas de San Miguel y del Rosarillo. Con el Conde de Ansúrez se produjo la expansión de la ciudad al otro lado de la Esgueva, creándose el Barrio de Santa María donde posteriormente se levantaría el palacio y la iglesia del mismo nombre. A partir de este núcleo central fueron naciendo diversos barrios como el de San Martín, El Savador y San Lorenzo, los cuales acabarían rodeando con la construcción de la segunda muralla. A partir de ese momento empezaron a surgir otros barrios extramuros como el de La Rubia o La Farola, que ocasionaron malestar en la población porque sus habitantes tenían que asumir las responsabilidades fiscales del resto de la ciudad. Por este motivo, se contruyó una tercera cerca bastante irregular que abarcaría esta parte de la geografía. La suma de todas las ampliaciones acabó dando lugar a un balance total de hasta 19 puertas y unos cuantos portillos, como el del Prado o el de Balboa.
La última de las murallas permancería levantada hasta el siglo XIX. Algunos tramos fueron destruídos, mientras que otros simplemente fueron cayendo, dejando intactos algunos restos de la cerca y alguna que otra puerta o portillos.
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