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Leyenda del Campo Grande

Redacción revista eSmás |

Os contamos una leyenda de José Zorrilla
Leyenda del Campo Grande


Entre las múltiples leyendas que escribió José Zorrilla, hay varias que están vinculadas a Valladolid. Una de ellas es la del Campo Grande, recogida en la reimpresión de las Obras Completas. Aunque hasta ese momento la había titulado Recuerdos de Valladolid, a partir de entonces pasó a llamarla Justicia de Dios. Zorrilla conoció la historia de boca de un fraile carmelita que era amigo de su padre. Sin embargo, a partir de la narración que escuchó, ambientada en el siglo XVII, el autor decidió reconstruirlo con un final inspirado en una historia madrileña similar.

 


 


Todo comienza con la historia de un matrimonio. Don Tello Arcos de Aponte requiere a doña Ana Bustos de Mendoza para casarse. El problema surge a raíz de que ella ya está prometida con don Juan de Varga, que se había visto obligado a abandonar la ciudad y refugiarse en Italia debido a su implicación en una muerte. Doña Ana, tan enamorada que estaba, le había prometido que le esperaría un año. Más de año y medio había pasado sin noticias ni cartas, pese a que la familia había intercedido por el ante la corte para que fuese perdonado por el rey y la justicia.

 

A pesar del amor que sentía por él, esta situación hacía desconfiar a doña Ana que, en su ausencia, fue cortejada por don Tello, a quien le comunicó que, si pasado el tiempo de espera, su prometido no volvía en el plazo que le había dado, contraería matrimonio con él. Impaciente de condiciones y enamorado de doña Ana, le dijo don Tello le dijo que debían casarse.

 

Acepta ella y deciden casarse esa misma noche. Así, una tarde de octubre, los futuros esposos y sus parientes preparaban los salones para celebrar la danza y los festejos asociados a toda fiesta que se precie. Es mientras empiezan a llegar nobles de Valladolid para darle la enhorabuena a la joven pareja cuando un hombre protegido por una capa atraviesa sobre un caballo negro a galope la puerta del Campo Grande.

 

A galope, cruza la ciudad y se detiene ante la casa de los Mendoza, a la puerta de la que llama golpeando repetidamente la aldaba, queriendo la casualidad que fuera don Tello quien le abrió. La sorpresa fue máxima al que el encapuchado no era otro que don Juan de Varga. Pese a que el recién llegado no entendió las razones, don Tello lo invitó a reñir. Los lances se celebraban precisamente en Campo Grande, lugar antes conocido como Campo de la Verdad, por lo que ambos hombres fueron hasta allí y desenfundaron las espadas.


 


 


No fue hasta ese momento que don Tello le explicó a don Juan que en pocas horas se celebraría su boda con doña Ana, algo que encolerizó al recién llegado y, por ende, el inicio del combate. Tras un buen tiempo de duelo, con duras embestidas, caídas y agotadas las fuerzas, don Tello decidió usar su astucia para ganar el combate. Para lograrlo, fingió que se acercaba un hombre en su ayuda por detrás de don Juan. Al volverse para descubrir quién llegaba, aprovechó don Juan para clavarle la espada y acabar con su vida.

 

Tiempo después, una noche un fraile capuchino que observaba por la ventana de su celda de la Acera de Recoletos Campo Grande, vio como un hombre apuñalaba a otro. Poco después, pasó por casualidad don Tello y, al intentar auxiliar al herido, llegó la guardia nocturna y fue detenido y acusado de asesinato. El monje, al ver el error de los guardias cerró la ventana exclamando: "Si no hay justicia, no hay Dios".

 

Durante el juicio, aunque don Tello aseguraba no haber sido culpable de esa muerte, fue torturado y finalmente confesó haber matado a un hombre. En ese momento llegó el fraile y contó lo que él había contemplado, pero ante la confesión de don Tello, que lo hacía por la culpa que le comía por dentro por la muerte de don Juan, el juez decidió tomar la declaración como válida, lo condenó a muerte y el monje se retiró de la sala murmurando de nuevo: “Si no hay justicia, no hay Dios”.

 

Tras ese suceso, el fraile empezó a tener dudas religiosas y meditaba a menudo a orillas del Pisuerga. Uno de esos días vio aparecer un objeto extraño flotando sobre el agua. Se acercó y comprobó que era el cuerpo sin vida de don Tello, bajo el que yacía el de don Juan. El primero se levantó, le preguntó si le reconocía y, con voz grave, le pidió que contemplara el rostro del otro personaje. En ese momento le explicó que era don Juan de Vargas, al que había matado en un duelo, por lo que sí que había asesinado a un hombre. Le hizo comprender, así, la razón de su confesión y que finalmente había pagado por ello.

 

"Finalmente había pagado por ello"



 

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